domingo, 6 de noviembre de 2011

Días 30-35: Medellín

Medellín: ciudad canalla. Así es, o así la hemos conocido nosotros. Después de la paz extrema de Capurganá y alrededores, nos apetecía un poquito de ciudad, y un muchito de fiesta. Pa qué negarlo.

El señor Miret y servidor hemos estado mano a mano aquí hasta el domingo por la tarde (desde el miércoles trade-noche), que por fin llegaron Anita y Leo desde Bogotá. ¡El equipo al completo de nuevo! Ya era hora, la verdad, porque nos hemos echado todos bastante de menos. Pero a pesar de seguir los dos solitos, lo hemos seguido pasando muy, muy bien. Y es que Medellín es una ciudad muy diver. Hay mucho ambiente, muchos garitos para rumbear, muchos guiris con ganas de fiesta, y mucho paisa (así se les conoce a los lugareños de por allí) que tiene tanto espíritu de pasarlo en grande como los españoles.

Nos hemos instalado en el barrio llamado El Poblado, donde residen los paisas con buena pasta, y donde acuden la mayoría de mochileros. Barrio de clase alta, de precios algo caros y que también es la Zona Rosa de la ciudad. El hostal se llamaba Casa Kiwi, y lo menciono porque es el mejor hasta la fecha. Limpio, acogedor, con ambientazo, billar e internet gratis, buena música, y todo lo necesario para estar a gustito varios días.

Esa zona de la ciudad no tiene nada que ver con el centro; allí todo es un poco locura. Hay muchísima gente por todos los lados, las calles son más sucias, y el mal te acecha en cada esquina. Porque en esta ciudad parece que la prostitución y las drogas fuesen juegos de muñecas y caramelos. Bastante impactante. De día y de noche ves a niñas de quince años en muchos portales del centro, haciendo la calle, haciendo lo que pueden, imagino. Pero cuando cae el Sol, el canallismo va creciendo, poco a poco, hasta límites insospechados... Jóvenes paisas se reúnen en plazas, y allí dan rienda suelta a todos sus vicios, sin cortarse ni un pelo. Bolsas de cocaína, columnas de humo de marihuana... Así como suena, y todo ello delante de todo quisqui que pase por allí. O a la policía le da igual, o no dan a basto, o están más metidos en el ajo que el mismísimo Escobar en su época. El Patrón, le llaman. Y todavía por aquí hay gente que le adora.

Además de rumbear  a tope y flipar con ciertas cosas, también hemos pateado Medellín durante el día, por supuesto. El caótico centro, con sus innumerables tiendas de ropa (la industria textil aquí va a todo trapo, nos contó una mujer que conocimos paseando. Hay copias de todo lo que te puedas imaginar, como hacen los chinos), tropecientos locales de comida rápida, las prostitutas, el tráfico loco colombiano, y los indigentes. Es bastante duro encontrarte con tíos tirados en el suelo, literalmente. Dormidos, inconscientes, o muertos... La peña pasa a su lado como si nada, y es algo corriente, porque cada día te encuentras con más de cuatro hombres en estas infames condiciones. Bastante fuerte.

También visitamos el museo de arte moderno de la ciudad (Piña y yo), bastante flojete, ya que estaban en pleno proceso de montaje de una exposición. Estuvimos paseando por el jardín botánico, donde lo más destacado fue ver unas iguanas del horror. Joder, no sabía que esos bichos podían ser tan enormes. ¡Y no sabía que trepaban a los árboles! Trepan y muy bien, de hecho. Vaya susto, co. Además de todo eso, pillamos un teleférico que subía por la zona más pobre de Medellín. Ascendía lentamente por una zona de fabelas. Era de día, hacía bueno, y quisimos bajar luego andando por todas  ellas (preguntando antes a un madero, claro). Otro mundo. La gente nos miraba, flipaba un poco, y también se reían de nosotros. Era Halloween y varios cachondos nos preguntaron de qué íbamos disfrazados. La conclusión que sacamos de este paseo es que tuvimos suerte: cuando llevábamos media hora bajando por esas calles, un poli nos dijo que qué coño hacíamos paseando por allí. Nos escoltó hasta un taxi y nos dijo que nos fuésemos de allí porque era uno de los barrios más chungos de la ciudad. Hombre, no era la Castellana, pero tampoco nadie nos dijo nada malo... Pero sí, somos gente con suerte. Y, joder, ¡hay que ver un poco de todo!

Han sido 5-6 días intensos y divertidos. Nos ha gustado Medellín, es más manejable y acojedor que Bogotá, aunque hay que saber controlar su punto de locura. Ahora debemos partir hacia Popayán, última parada antes de llegar a Ecuador, próximo país de destino. Vamos a pasar de Cali porque nos han ido advirtiendo que allí las cosas todavían siguen algo calientes, y que es mejor no arriesgar. Como le eches el ojo a alguna niña, y que ésta sea la churri de un tipo del cártel, ya te puedes ir despidiendo de todo. Suena a peli, pero es lo que los colombianos nos cuentan. Por allí todavía debe de haber mucha mierda, y muy seria.

Es hora de mover de país, porque queda mucho por ver y estamos alargando demasiado nuestra estancia en Colombia. Encantados de la vida, claaaaro. ¡Pero esto es un no parar!








 

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