martes, 31 de julio de 2012

Días 154-163: Morro de Sao Paulo

Morro es una isla pequenha, muy bonita, muy divertida, y que tiene algo que te impide salir de ella con facilidad. Ahí la vida es tan cómoda, simple y fácil... Tienes, andando dos minutos, todo lo que necesites: la playa, el bar, el súper, los puestos de comida, la fiestaca nocturna, la pequenha colina para ver los atardeceres... Todo, absolutamente todo, está a tan sólo dos pasos. Y, lo mejor de lo mejor, es que, nuevamente, se puede vivir únicamente con el banhador puesto! Bieeeeen! Banhador, dinero en el bolsillo y el balón. Eso es lo que llevábamos Leo y yo para pasar todo el día. Parecíamos Oliver y Benji en modo naúfrago. Qué feliz, qué vivo se siente uno andando descalzo a cualquier parte. Sentir la Tierra bajo tus desnudos pies no tiene precio.

La vida en esa isla consiste en playa cuando hay Sol, y fiesta cuando no lo hay. Todos los días.  Es simple, pero nunca falla. Pasábamos las horas del día metidos en el mar, tirados en la arena, pegándole al balón, buscando monos, dándonos banhos naturales de arcilla, o trepando por las palmeras. Y siempre, siempre, siempre, con el mar presente. Ese mar calentito y limpio. Había un paseo hasta la playa de Gamboa, la más alejada (porque había varias y todas a mano), que era un pasote. Precioso. Ibas andando por la costa, pisando la arena de la playa (o nadando directamente si la marea estaba muy alta), con el mar turquesa a la derecha, y la isla con sus rocas y palmeras a la izquierda. El paisaje era tremendo, uno de los más bonitos de todo el viaje. Te sentías feliz de estar allí, de poder verlo, de estar presente entre ese arema, ese mar, esas rocas, plantas y palmeras que, en su conjunto, formaban la perfecta postal. Un paraíso.

Y cuando el Sol caía y llegaba la noche... Ay, m'ama, cómo lo pasamos! Salimos todas y cada una de las diez noches que allí estuvimos. Y lo hicimos todo el grupo del hostel, que allí no se escaqueaba ni el Putas. Sí, sin duda alguna, éste es un nuevo y claro ejemplo de que el alcohol une. Y tanto! Nuestra historia, nuestro cuento en Morro podría empezar así: "Érase una vez, una botella de cachaza se abrió en una islita del Brasil...". Y se abrió una y se abrieron treinta, y todos fuimos felices y comimos perdices. En efecto, la caipirinha hizo que nos conociésemos todos, y nos mantuvo juntos, y nos mantuvo bien.

Esos días en Morro se formó en el hostel un grupo de gente de puta madre. Éramos en total unos doce, más o menos: algún espanhol más, gente de Chile, de Brasil, y sobre todo, muchos argentinos, y casi todos de Buenos Aires. El caso es que engrasamos todos muy bien desde el principio y ya casi no nos separamos en diez días: playeábamos juntos, cenábamos y bebíamos juntos, y después nos 'ibamos todos juntos de farra la mar de bien. Esos días lo pasamos muy, muy guay. Y eso que sólo estábamos Leo y yo del Equipo! Pero ese factor, sin duda alguna, permitió que conociéramos a más gente y fuéramos más abiertos y sociables. Porque al estar siempre cuatro, hay veces que pasas del resto del mundo y no haces el mínimo esfuerzo por conocer a otros. Así que como casi todo en esta vida, la desarticulación del Equipo por unos días tuvo sus pros y sus contras. Pero esta vez le sacamos partido el estar los dos solos, y Morro ha sido el lugar donde más gente hemos conocido y con la que hemos convivido en el mismo sitio.

Además de lo bonita, cómoda y divertida que es la isla, ése fue el motivo por el que nos atrapamos tanto tiempo en Morro: por la buena companhía. Íbamos para 4-5 días y nos quedamos diez. Pero es que es realmente complicado salir de las islas brasucas!! Pensaréis: "Borja, manho mío, vete al puerto, te pillas un maldito barco, y te piras!". Ya. Tiene sentido. Parece fácil, pero no, no es tan simple. De verdad que no lo es! Yo tenía la teoría de que si te quedabas en la isla un mes seguido, ya no salías nunca. Jamás en la vida. Y había ejemplos de ello, porque teníamos fichados ya varios personajes muy peculiares. Dignos de novela. Vaya cracks! Ésos se quedaron una semana de vacaciones más de la cuenta y allí siguen, 30 anhos después. Viejunos locos, artesanos, hippies con rastas blancas a lo Gandalf, fiesteros y borrachos... Existía una pequenha fauna de unos 50 anhos de edad media que era muy curiosa, por decir algo. Y algo les daba la isla, está claro. Algo nos daba a todos. Ellos eran ''los ninhos perdidos". Que ya no eran ninhos, pero que seguían muy, muy perdidos. O no tanto...??? Uuuummmm.... (Y me meso las barbas).

El hostal estaba muy bien, y aunque cada noche nos teníamos que pelear con el seguranza, que era un puto nazi y nos bajaba la música súper pronto, merecía la pena ya sólo por el patio interior, con sus bonitos y olorosos árboles y sus hamacas de luxe. Joder con las hamacas! Qué gran invento, y cómo atrapan las jodías. Son como telas de aranha de dos metros: como caigas dentro ya no sales. Tambi'en me acuerdo mucho de las fiestas en la playa, que eran gratis (no había que pagar entrada) y eran las mejores. Los banhitos al amanecer, después de salir y antes de dormir. Los sensacionales atardeceres que había cada día, y que se veían de fábula desde la terraza de un garito que estaba en lo alto de una colina, con tu birrita en la mano. Recuerdo a Jefferson, el ninho Dios. Que nos honró una vez con su presencia, ya que fuimos sus elegidos, y compartió con nosotros su inmensa, pura e incomparable felicidad. Recuerdo también las risas que caían con los palabros en castellano y en argentino, porque hablamos igual pero siempre salen cositas. Aprendiendo todos tacos a marchas forzadas.

Además de las noticias llegadas de Espanha por las que Javi se había ido hace días, también me llegaron algunas otras tristes por parte de mis padres. Malas noticias en forma de enfermedades,  pérdidas de amigos... Una mierda, vamos. Y recuerdo, perfectamente, hablar con ellos por teléfono desde Morro, contándome todo eso, y diciéndome que aprovechase a tope el viaje, que había hecho muy bien por emprenderlo, y que intentase ser lo más feliz posible en cada momento, porque nunca se sabe qu'e te depara la vida. Aunque me dio pena lo que me contaron, también me alegré por otra parte. Mis padres ya me habían apoyado en su momento con lo del viaje, y aunque yo ya tenía claro que había hecho bien haciéndolo, me alegraron mucho sus palabras. Y es que, gente, lo del Carpe Diem no es hablar por hablar: lo es todo. De verdad lo pienso. En cualquier momento te puede pillar un puto cáncer de mierda, un maldito accidente, o un jodido tsunami. Es así. La vida es corta, demasiado corta para algunos, y puede sonar a una frase ya hecha, pero es que no nos damos cuenta realmente de lo efímera y breve que es. Hay que vivir la vida, exprimirla, sacarle todo el jugo, cada uno a su manera, haciendo lo que de verdad te guste, te motive y te haga feliz, y por eso cada día estoy más contento de haber emprendido la aventura de este largo (o corto?) viaje. Al final es otra vez lo mismo, es lo de siempre: el Tiempo. Todo gira en torno a ese segundo que pasa infinitas veces y que nunca se para ni nunca mira hacia atrás. Administrar, gestionar, aprovechar al máximo ese segundo que pasa, lo es Todo. Ni más ni menos.


miércoles, 25 de julio de 2012

Días 149-153: Salvador da Bahia

Abandonamos, por fin, Río. Y digo por fin porque ya es lunes, han pasado nueve intensísimos y locos días, y en la ciudad ya no hay ni rastro del carnaval. Y lo siento, pero yo no entiendo a Río sin el carnaval y al carnaval sin Río.

Aun así, no llegamos hasta nuestro destino hasta el miércoles casi de noche. Después de tener que pasar el lunes por la noche en la estación de buses porque no quedaban billetes (te sale gratis la noche pero yo dormí cerete), nos tocó pegarnos un viaje eterno, donde hubo como tres roturas de motor (ya son todo un clasicazo) con sus respectivos cambios de autocar. Y ahí ni te devuelven parte de la pasta que has puesto, ni te piden disculpas, y ni siquiera ves a la gente quejarse. Tienes que hacer de la paciencia tu bandera y la resignación como respuesta, no queda otra. Y menos mal que todavía no nos ha tocado un conductor de éstos que se quedan Soppinstant al volante, o un completo maníaco que se cree Carlitos Sainz cuando se va al Dakar, porque los hay.

Entonces, finalmente, eso es: después de un día y medio metidos en buses varios, llegamos a Salvador. Esta ciudad es completamente diferente a Sao Paulo o Río. Es bastante más pequenha y en 2-3 días puedes visitar todo lo interesante. Y eso es lo que hicimos. Queríamos conocer el noreste de Brasil porque habíamos leído y nos habían dicho que era otro rollo totalmente diferente a lo que habíamos visto, y la verdad es que así es. La música, la comida, la religión, las costumbres de la gente cambian por estos lares. Digamos que es un Brasil más auténtico, más negro, donde sus raíces laten más fuerte.

Dicho esto, no viviría jamás en Salvador. Unos pocos meses, como mucho. Tiene sus zonas para vivir muy agradables, pero son pocas, ya que es una de las ciudades con mayor porcentaje de favelas que hay. Es un lugar muy interesante y divertido para conocer y visitar unos días, pero imagino que es un conhazo pasarte allí más de un anho. Eso sí, el centro histórico de la ciudad es muy, muy interesante. Pequenhas y estrechas calles adoquinadas, llenas de artistas vendiendo sus cuadros, de artesanos armando a mano bongos y timbales, pequenhos museos, bares con encanto de todo tipo, y grupos de percusión y de capoeira ensayando en las plazas. Muuuuuy guapo. Ese barrio tiene un rollo especial, donde se respira arte y mucha música por cada vieja esquina.

Un día fuimos a visitar una iglesia que estaba en un barrio en la otra punta de la ciudad, pero mereció la pena. No soy muy fan de las visitas a las iglesias (creo que me he hinchado ya), pero ésta tenía algo diferente. Es una iglesia donde veneran a un cristo desde hace anhos, y que es famoso en todo Bahia y en medio Brasil, ya que, supuestamente, realiza milagros. Es el cristo del Bom Fim. Gente de todo el país (y de fuera) va hasta allí para dejar su petición al cristo, o para dar las gracias por la ayuda recibida. Es el santo y senha de la religión Candonblé, que se practica mucho por esta zona y es uno de los símbolos de esta sociedad. Esta religión es afro-brasilenha, con algún aspecto católico, y la trajeron aquí los esclavos africanos que llegaron a Bahia. Su nombre significa "baila en honor a los dioses", los Orishas, y el baile y la música son muy importantes en esta religión, y por lo tanto, en esta ciudad. También practican ceremonias afro-brasilenhas de vudú, pero a eso no llegamos... Aunque no hubiera estado nada mal presenciar una sesi'on.

El caso es que me intrigó la historia del cristo, y allí que fuimos. Es realmente impresionante llegar allí y ver toda la reja, de dos metros de alto, que rodea el recinto de la iglesia, completamente llena de cintas de colores que te venden allí mismo, y que van atando las miles de personas que acuden allí anho a anho. Esas cintas son el símbolo de la fé del ser humano, ni más ni menos. Aunque, lo que de verdad es sobrecogedor, es meterse dentro del edificio, y llegar hasta un pequenho cuarto que hay al final del edificio, en el ala derecha. Un cuarto de unos 16 metros cuadrados, lleno hasta arriba de fotos, cartas, dedicaciones, cuadros bordados... Todos ellos dando las gracias al cristo por los milagros recibidos. Y hablaban de enfermedades realmente chungas. Pero lo más brutal estaba en el techo: totalmente inundado de piernas y brazos ortopédicos, de personas que los hab'ian llevado all'i porque ya no los necesitaban gracias al senhor de Bom Fim. Tenía que ser un sitio que desbordase felicidad, y así lo era, pero a mi ese cuarto me daba un mal rollo que te cagas. Aunque no podía dejar de mirar y mirar sus paredes, de leer y leer las milagrosas historias. En fin, yo no creo en nada de todo esto, o me cuesta horrores llegar a creeerme algo. Pero allí sentí algo, no sé el qué. E hice como siempre que he pedido algo: cosas buenas para la gente buena.

Por el norte sí que le dimos fuerte a la comida típica de la zona. Seguíamos sin poder ir de restaurantes, pero practicamos mucho, Leo y yo, los puestos callejeros. Acarajé, acaí, tapiocas y varias movidas más muy ricas, baratas (para ser Brasil) y típicas de Bahia. Otro punto a favor de Salvador fue el hostal. Aunque estaba muy bien situado, justo delante de la playa, con un terrazote brutal para beber caipirinhas hasta el amanecer (que me pasaba siempre), lo de verdad bueno fue la gente que conocimos allí. En un par de noches hicimos colegas y ya formamos un pequenho grupo para irnos juntos a Morro. Porque allí, todo el mundo que estaba en Salvador, se pasaba siempre unos días por Morro. Morro de Sao Paulo es una islita de Bahia que estaba en nuestros planes y que a mí ya me habían recomendado. Así que después de tres noches y dos días en Salvador, pusimos rumbo de nuevo a otra isla brasileira. Y, amigos, casi no salimos de ella!!

miércoles, 18 de julio de 2012

D'ias: 139-148: R'io de Janeiro (Carnaval)

''No, no hay que llorar,
que la vida es un carnaval
y las penas se van cantando...''.

Es una de mis canciones favoritas de siempre; lo extranho es que me di cuenta de ello durante este viaje. Y no lo hice en R'io, sino mucho antes: en ese pequenho para'iso en la Tierra que es Capurgan'a (Colombia). Pinha y yo todav'ia hablamos de esa playa, sentados en nuestro banco de madera frente al mar, y respaldados por nuestro amigo el 'arbol. Ah'i, al anochecer, de vez en cuando, sonaba esta peazo de canci'on, cantada por la grand'isima Celia Cruz. Desde esos d'ias (hace ya como medio anho) no puedo quitarme de la cabeza (y ahora Leo tampoco) ese ritmo, esa letra, con ese mensaje tan alegre, optimista y buenrollero.

Lo primero que haces nada m'as llegar a la ciudad es buscar el famoso Cristo. Y no tardar en verlo, aunque la primera impresi'on es que no es tan grande como te lo esperabas. Error: m'as tarde te dar'as cuenta de que es enorme pero que t'u ahora mismo te encuentras a tomar por culo de la conocida estatua.

Estamos en R'io, qu'e emoci'on; pero no tardas en bajar del cielo: el susto que te mete el primer taxi que pillas desde la estaci'on al piso en cuesti'on es de quitar el hipo. Senhoras y senhores, prep'arense, porque vienen curvas. Al final acabamos en esta ciudad y no en Salvador gracias a las gestiones de un amiago brasuco de Javi, que nos consigui'o a 'ultima hora un piso all'i. Si Brasil est'a carete (c'omo est'an los t'ios de a tope, eh? compr'andonos deuda como locos), imaginad c'omo puede ser la ciudad de R'io y en la semana de carnaval... Un cebatil. As'i que para combatir (y sobrevivir a) los abusivos precios, hay que mont'arselo como uno pueda, como nosotros, que dorm'iamos cinco personas en un piso de una cama. Al despertarnos cada d'ia eso parec'ia un campamento de refugiados. Estaba gracioso. Y sucio. Qui'en me iba a decir a m'i un anho antes que iba a pasar el siguiente carnaval en R'io de Janeiro , y viviendo en el mismo piso con dos franceses y dos ingleses (Justin y Sham, los que conocimos en Sao Paulo). Adem'as, los chicos de London, uno es negro de or'igenes caribenhos, y el otro es de raza india. Vamos, que cuando nos hac'iamos las fotos en el piso antes de salir de farra eso parec'ia una anuncio de United Colours of Benetton.

Junto con el hecho de sobar con el saco en el suelo e ir rot'andonos la 'unica cama, todos los d'ias deb'iamos de practicar el mismo ritual para no vaciar nuestros bolsillos en media hora. Consist'ia en hincharnos de comer algo muy, muy consistente, y en preparar ''los biberones'' mezcladitos de alcohol. Una vez bien comidos, duchaditos, y con provisiones para la larga jornada, ya pod'iamos abandonar el pequenho cuartel general para afrontar un nuevo d'ia en las calles de la ardiente R'io.

El carnaval de R'io es una locura, una gigantesca fiesta en las calles, plazas, parques y playas de esta ciudad. No he ido a otros carnavales, pero s'i he estado en muchas fiestas multitudinarias de pueblos o ciudades, o en muchos festivales de m'usica llenos de gente al aire libre; pero, seguramente, el carnaval de R'io es la fiesta en la que con m'as miles de personas me he juntado. R'ios, mares, oc'eanos de personas! Daba igual que fuesen las dos de la noche, las cuatro de la tarde o las nueve de la manhana: si hab'ia un bloco tocando, hab'ia gente, hab'ia carnaval. Los blocos son los grupos de m'usica, generalmente de percusi'on y algo de viento, que van tocando por partes de la ciudad a diferentes horas y d'ias. A ellos se les van uniendo miles de personas durante varias horas, sin parar. Los blocos son el carnaval y el carnaval son los blocos.

Vimos varios, claro, pero el mejor fue uno que lo pillamos desde el principio hasta el final. Eran las jodidas 14.00 horas, con un calorazo insoportable, un solaco que te dejaba KO, y todos, miles de personas, bailando como posesos en un parque, y mirando al cielo de vez en cuando, pidiendo por un poquito de lluvia para refrescar ese intenso (pero genial) infierno. No llovió, pero ahí estuvimos como cinco horas bailando con ese bloco, engullidos por la marea interminable de gente, sin ninguna gana de querernos salir de all'i, pero, sin ser conscientes de que aunque hubi'esemos querido irnos, quiz'as tampoco hubi'eramos podido. Locur'on m'aximo. Gente y m'as gente, disfraces, alcohol, sudor, colores, calor, marihuana, m'usica, risas, empujones, miradas, pisotones, vapores, serpentinas,  y besos, muchos besos...

Aayy... Y la m'usica, la M'USICA!!! C'omo tocaban esos pavos! Era el bloco m'as canalla de todos, el m'as punky, el m'as pirata; y tocaron aut'enticos temazos, rollo jazz, y temitas muy funky. Muy buenos! Me recordaron a otro m'itico carnaval al que tambi'en me encantar'ia conocer alg'un d'ia: el de New Orleans. Al que le guste la m'usica, y m'as en concreto las bandas de jazz, de R&B, de Funky... Por favor, que se baje la serie Trem'e, ambientada en un m'itico barrio de esa ciudad despu'es del Katrina; se lo gozar'a mucho.

Toda esa combinación de factores es el carnaval a pleno d'ia, a pleno rendimiento. Un no parar de energ'ia, de amor, de ritmo, de sexo, m'usica y alegr'ia. Y he dicho antes lo del tema de los besos, no? Debe de ser que se ha ido poniendo de moda lo de los besos en R'io por el carnaval, porque all'i todos los tipos van pidiendo besos o metiendo el morro directamente muy a saco. Esta todo el mundo s'uper c'erder esos d'ias en esa ciudad. Cachondismo a tutipl'en. No s'e c'omo ser'a el resto del anho por esos lares, pero puedo asegurar, porque estuve una semanita rondando por all'i, que todo quisqui, que hasta el m'as tontico que por all'i pasaba, pill'o (al menos) un beso, un piquito. S'i! Pilló beso todo el mundo! Menos yo! Qué canha me metía Anita! Jaja! Aqu'i anuncio, p'ublicamente, que, con casi toda seguridad, puedo afirmar que fui el 'unico trucho que no se bes'o durante esos d'ias en R'io.

 A pesar de esta falta superlativa de 'osculos hacia mi persona, tengo que decir que me lo pas'e como los indios. Cojonuten! Muy, muy divertido. Cómo lo pasamos. Hay cientos de fotos que dan fe de ello. Y no, no me llegué a enamorar de R'io, como le pas'o a Anita desde el principio (ella quiere vivir all'i en el futuro); ni Brasil me ha dejado tanta huella como pensaba que me iba a dejar; pero por supuesto que no puedo negar que es una bell'isima ciudad, y que cuando llega el carnaval, s'i que se lo saben montar y a lo grande. Y es que festejar en la calle, al aire libre, siempre es lo mejor. El ver miles de personas de todo el mundo, alegres, bailando, cantando, borrachos, disfrazados, eufóricos, crea un buen rollo enorme, y entonces toda esa energ'ia se concentra, se va transformando y se vuelve poderosa. Es una fuerza de energía difícil de controlar. No entiendo c'omo, en el anho 2012, todav'ia hay mucha gente que subestima el asombroso y tremendo poder que puede llegar a ejercer la M'usica en una masa de gente.

Entre bloco y bloco, paseo y paseo, bus y bus, y porque al final nos quedamos m'as d'ias all'i, pudimos ver y conocer pr'acticamente todo R'io. El barrio de Botafogo que es donde estaba nuestro primer piso, Copacabana, Ipanema, Leblon, Fluminense, Santa Teresa, Lapa... Realmente es una ciudad cinco estrellas. La playa que va de Copacabana hasta Leblon pasando por Ipanema es una aut'entica pasada; un lugar donde perderte cada d'ia de la semana al salir del curro, donde sentarte y sentir la arena en tus pies desnudos y contemplar ese bravo (y curiosamente siempre  fr'io) mar; o ver a ellos jugar al f'útbol, o a ellas, simplemente, caminar. Otro día, "había que hacerlo", llegamos a subir al Corcovado, al famoso Cristo. Y despu'es de subir en un tranv'ia muy mono, y de pagar el pastizal para entrar, llegas all'i arriba y... Y yo no sent'i nada. Nada especial. Quiz'as algo de v'ertigo cuando me asomaba hacia abajo, pero nada m'as. Hab'ia gente ah'i arriba que estaba como en 'extasis, a punto de estallar de placer. Pero no fue mi caso. Me fliparon las vistas, porque se ve todo R'io a la perfecci'on. Te haces una buena idea de cómo es realmente la ciudad. Y me gust'o mucho subir justo al atardecer, y sentir all'i arriba el cambio del d'ia a la noche. El cambio paulatino de colores, las luces... Pero nada m'as, podr'ia haber estado all'i cualquier estatua; me parece a m'i que los jesu'itas no llegaron a inculcarme muy a fondo todo lo que ellos hubieran querido.

Santa Teresa es otro barrio muy guapi de la ciudad. Est'a en plena colina y subirlo y bajarlo a pie con cuarenta grados a la espalda es bastante movidica. Pero es muy bonito. Tiene pequenhas tiendas de arte, garitos guapos, y muchos grandes casoplones antiguos que le dan mucha clase a sus calles. Casonas viejas, con jardín, bonitos patios, y verdes y vivas enredaderas recorriendo sus muros, como tatuajes en la piel. En lo alto de este barrio pasamos nuestras dos 'ultimas noches, en una posada que estaba en plena favela... Pero eso lo cuento luego, antes no puedo retrasar m'as el hablar de nuestro verdadero barrio, donde no dorm'iamos, pero en el cual acabamos todas y cada una de las 9 noches que pasamos en la ciudad. El aut'entico e inimitable barrio de Lapa. Lapa Rules! Qu'e tiene este barrio? Fiesta callejera, brasilenhos, el verdadero y real carnaval. Es un barrio obrero, humilde, con ra'ices. Es el barrio donde muchos guiris no quieren ir o al que algunos brasucos tampoco van y te dicen que no lo pises ni loco. Es un barrio un poco especial , s'i, pero tampoco es para tanto. Acabamos all'i la primera noche y ya no dejamos de ir nunca m'as. Aunque se acabase todo en la ciudad, aunque no hubiese ni un bloco m'as, sab'iamos que siempre habr'ia gente, siempre habr'ia algo en Lapa. La primera noche recuerdo un pequenho grupo de percusi'on que ya estaba acabando, en una estrecha calle del barrio, y hab'ia un t'io en el centro dirigi'endoles a todos, anim'andoles, manteni'endoles cachondos. Era brutal, porque fue el primer contacto de verdad con el carnaval. El t'io era un crack, como un jefe loco de una tribu africana. 'El era su cham'an, y ellos tocaban lo que los dioses a 'el le indicaban.

Siempre acabámos en Lapa, era como un imán. Allí conocimos al Caipirinha Master; ése era nuestro apodo para él, porque su nombre sigue desconocido y, adem'as,  no interesa. Qué tío! Preparaba las mejores caipirinhas de la ciudad, y las más baratas! En su puesto callejero las preparaba por doquier y nosotros fuimos sus clientes VIP por una semana. Lapa molaba. Tiene carácter. Mucha música. Y la gente iba fina, pero eso también pasaba en todos los barrios. Lo que en éste, sí recuerdo un olor muy fuerte, intenso, interminable, hechizante... Como si fuese el olor del jabalí que atrapaba siempre a Obelix. S'i, ese tipo de olor, como si fuera una espesa manta que te cubre. Nunca había olido a tanta marihuana en plena calle en toda mi vida. Ni Zaragoza, ni Medellín, ni Amsterdam ni leches. Esa calle del barrio de Lapa parecía una convención internacional por el progreso del cannabis.

Bufff... Hay miles pequenhas historias que contar, pero esto se hace mu largo. Vamos rápido: latas, latas, latas por todas partes! Dios mío, qué esta pasando, nos invaden las latas! Así te sentías por la calle. Había millones de latas (casi todas de birra) esparcidas por todo Río. Exagerado. Me encantaría poder darle a un botón y saber cuántas se recogieron sólo en esa semana y en esa ciudad. Estoy seguro de que ninguno os lo creeriais. Era el Imperio de la lata, y cientos, quizás miles de personas curraban recogiéndolas, para cambiarlas luego por cuatro centavos que les darán. Otro tema: los ninhos de la cancha de fútbol-sala que teníamos justo debajo del primer piso, en Botafogo. Uno jugones! Mucha clase, casi todos descalzos, jugando muy rápido, y mofándose y picándose los unos a los otros con regates imposibles. Luego les pierde la samba, pero cómo juegan estos brasucos.  Y como hablo de los ninhos, también hablo de las ninhas: me flipan los pelazos que llevan algunas por aquí! Esos pelos rizados, hacia arriba, rollo afro. Ummm... Molan mucho. En otro orden de cosas, tambi'en habría que comentar que la última noche me atracaron, en Lapa, pero que no me pasó nada. Esa noche, la última de fiesta, acabamos los tres separados, sin saber muy bien cómo. Y bueno, a mí me pasó lo que podía pasar perfectamente: un tío blanco, solo, borracho, de noche, en carnaval de Río, y en Lapa, es más que una probable presa para un atraco. Mucha gente ni lo sabe pero es que no fue nada grave: me tiraron al suelo por detrás, me fui a volver, me dieron una bofetada en la cara, me gritaron algo en brasuco, me quitaron el dinero de un bolsillo, y se piraron corriendo. Nada más. Reminder: no pasear solito por donde no debo. En fin, en este especie de cajón desastre de recuerdos del carnaval, me dejo para el final, nada más y nada menos,que mis preciosos pies. Cómo llevo los pies, senhores! Brasil, y el carnaval, es lo poco que les faltaba para estar más asilvestrados que nunca. Son mis nuevos pies, mucho mejores, tiene nosmbre, son los: Happy feet.

Decía antes (que me pierdo) que las dos últimas noches las pasamos en una favela, en Santa Teresa, arriba del todo de la colina. A ver, era una favela muy peque, y parece que tranquila, sin guerras de droga ni nada de eso. Por lo menos de momento. Todo el mundo sabía dónde estabas alojado y todos te saludaban y no hubo ni el más mínimo problema. Ni siquiera llegando solo y por la noche. Fue una gran elección: un sitio tan diferente, en aquel curioso lugar. Me encantó. Aunque seguía siendo caro, era barato para ser carnaval. Y tenía un terrazote que era muy crema. Lo mejor del sitio. Se veía medio Río. Teníamos debajo todo Santa Teresa, y al fondo, el Pan de Azúcar. Se estaba de lujo.

La última noche, ya sin farra, nos quedamos tirados en el suelo de la gran terraza. Descansando, con una temperatura muy agradable, mirando a las estrellas. Al final, de lo bien que se estaba (y de la tremenda reventada que llevábamos en el cuerpo), ni bajamos hasta la cama, nos quedamos sobados, tirados en el suelo de la terraza. Y yo me acuerdó que me dormí pensando en perros. En los perros de la favela, que estaban callados, y de repente, sin saber por qué, empezaron a aullar todos ellos. Las decenas de perros que había empezaron a ladrar, se estaban contando cosas, los unos a los otros, y yo me preguntaba el qué. Qué se contarán los perros? Se reirán a veces de nosotros? Tienen diferente acento según sean de una zona del planeta u otra? Cosicas... Y así me sobé, y así acabé mi primer e inolvidable carnaval de Río: pensando en perros con acento portugués.

martes, 10 de julio de 2012

Días 134-138: Ilha Grande

Dejamos todos Flor el mismo día, pero por separado: Anita y Javi salían algo antes hacia Sao Paulo para que Pinha pillase el vuelo a Espanha. Allí nos reuniríamos el resto con ella para ir todos juntos a Paraty. Ése creo que era el plan inicial, pero no salió así. Al final, por problemas de escasez de billetes de bus en Sao Paulo, los altos precios, y la deficiente comunicación vía Facebook con Anitosss, nosotros acabamos (las canadienses, Leo y yo) en otra isla, mientras que Anita pudo llegar a Paraty y prefirió quedarse allí unos días.

Nosotros, tras un bus eterno, tras hacer una escala de varias horas que aprovechamos para dar largos paseos por Sao Paulo, después de otro trayecto en bus, y un último viajecito tumbados en la parte de arriba de un lento barco, llegamos a nuestra siguiente parada, una nueva isla: Ilha Grande.

Ilha Grande es bastante más pequenha que la anterior Ilha Santa Catarina, y tampoco hay ningún puente enorme que la mantenga pegada al continente americano. Está situada bastante más al norte que Flor, muy cerquita de Río de Janeiro. Es una isla más bonita, con más encanto, menos explotada y, por lo tanto, con su parte más salvaje. Pasamos allí tres noches, puede que cuatro, y lo hicimos todas ellas en un camping, lo que nos vino de perlas pal bolsillo. Llevábamos con nosotros la tienda de campanha de Chile.

La isla, como todas las de Brasil, tenía su fiesta por la noches, pero como en Flor, aunque siempre dábamos una vueltica por la noche y palpábamos el ambiente (hombre, por favor), nos lo tomamos con bastante calma y no nos liamos mucho. El carnaval se acercaba peligrosamente (sólo quedaban 3-4 días!) y había que guardar fuerzas y pesetas. De este modo, al siguiente d'ia, nos despertábamos pronto y con ganas de patear, conocer y descubrir los secretos que escondía la isla. Y aprovechábamos a tope todas las horas diarias de Sol. Además, en Ilha Grande la recompensa era doble, ya que los paseos por ella eran de dejarte boquiabierto en seg'un qu'e tramos.

Un día fuimos a la famosa playa Lopes Mendes. Preciosa. Brutal. Después de meternos en la selva, pasar otras dos playitas por el camino y adentrarnos dos veces más en la jungla, y tras andar en total más de dos horas, llegabas, por fin, a la maravillosa Lopes Mendes. Una de las mejores de Brasil (dicen), y una de las mejores de este viaje y de toda mi vida. Una playa larga (de varios kilómetros), ancha (donde no hay problemas de espacio aun cuando sube la marea a tope), respaldada por la jungla detrás, con la arena m'as fina y más blanca que hubiera visto jamás, con un mar limpio y claro, de pequenhas y medianas olas perfectas para iniciarse en el surf. Y lo mejor de todo: permanecía vírgen. Sin edificios, hoteles, tiendas, bungalows, casetas o quioscos. Sólo la jungla, la arena, el mar y el cielo. Casi ná. Eso sí, había en toda la playa como cinco vendedores ambulantes. Unos tíos que vendían todos los mismos productos (bolsas de patatas fritas, latas y bocatas), al mismo precio (una jodida barbaridad), y que cuando atardecía (y después de vender casi todo), recogían sus carretillas, no dejaban ni un solo rastro de su presencia, y volvían al día siguiente para hacerse otro fajo de billetes. Eran ricos, de verdad; y una puta mafia. Que no se te ocurra ir a vender una sola piruleta a esa playa porque al segundo día no sales de la jungla. Vaya business tenían los colegas. Lo bueno es que la playa seguía intacta, sin edificación alguna, sin un solo papelito de basura, sin un solo rastro del hombre. Ahí la dejamos, casi al anochecer, sola, descansando. Cogiendo fuerzas para deslumbrar de nuevo al siguiente amanecer.

En la caminata por la jungla me di cuenta de dos cosas: una, es que Tamara es el ser humano más rápido que he visto moviéndose a través de la selva. Flipas con la ninha, iba volando bajo. Parecía Depredador (Predator?). Me daba miedo seguirla y empezar a encontrarme en lo alto de las palmeras a tíos desnudos, muertos y con la piel quitada, como en la peli. La segunda cosa es que no estoy teniendo suerte con los monetes, y me jode. Llavábamos casi cinco meses de viaje por Sudamérica, recorriendo varios tramos de jungla en diferentes países, donde supuestamente en todos hay monos salvajes; lugares donde la penha les ha oído, les ha visto, e incluso les ha sacado buena fotos... Allí, en esa isla, durante ese camino, también todo cristo pudo ver a los monos. Pero yo seguía sin ver un solo mico!! Sé que nos llevaríamos muy bien, no entiendo qué pasa. En fin, una jamadica. Al final voy a volver a Espanha y voy a contar que he dormido hasta con gorilas, para no quedar como un pringui.

Ese día en Lopes Mendes lo aprovechamos a saco, y apuramos tanto en la playa, tanto, que al final... Al final se nos fue de las manos, como siempre. Cuando nos dimos cuenta había que largarse pitando porque ya estaba anocheciendo y nos íbamos a quedar a mitad de camino, en la jungla, sin luz. Y así fue. Cómo no! Esta vez no nos perdimos en la jungla, como en otras ocasiones, ya que había una especie de caminillo bastante bien marcado debido al paso de turistas y nativos, pero sí que nos quedamos medio atrapados en ella por falta de luz. Sin poder ver, sin linternas (en el camping, guardadica en la mochila; muy bien, sí), sin nada de nada. Sólo la más oscura, negra y aterradora oscuridad de la noche en la espesa jungla nos envolvía. Un camino invisible bajo nuestros pies descalzos, lleno de rocas grandes, piedras pequenhas, ramas, raíces, agujeros y bichos. Y muchos, mogollón de ruidos y sonidos de desconocidos animales, cerca y a lo lejos, que se mezclaban con nuestros jadeos y nuestros juramentos cada vez que nuestros dedos de los pies chocaban con alguna puta roca.

Así estuvimos más de una hora, Leo y yo solos, hasta que pudimos atravesar la selva y llegar de nuevo a la civilización. Los bares y sus luces, qué alegría, Leoncio, estamos salvados. Las canadienses iban detrás de nosotros, pero iban todas juntas con una linterna (chicas listas). Jodo, pero Leo y yo pillamos que da gusto. El último rato lo hicimos con mi cámara de fotos. Poniendo una foto con mucha luz, servía como pequenha linterna y alumbraba mínimamente el camino para poder seguir avanzando. Despacico y con buena letra, que no era poco. Yo acabé con el dedo menhique izquierdo reventado (creía que estaba roto), y habiendo recitado varias veces la lista completa de improperios, insultos y juramentos que conozco (una gran lista, hay que decirlo). Creo que, Leo, en algún momento, temió por su vida. Y no por si un jaguar o una serpiente venenosa se la quitaba, sino por el maníaco espanhol que tenía al lado y no paraba de cagarse en todo lo presente.

Otro día hicimos un tour en barco por la isla, con más gente. Duraba todo el día y hacía varias paradas guapas: lagoa verde, lagoa azul... Estuvo de lujo. De esta manera podías hacerte a la idea de cómo era realmente la isla, y te llevaba a los mejores sitios donde tú solo no podías llegar. El color del mar era impresionante, cómo iba cambiando sus tonalidades: verde, turquesa, azul... Y siempre muy limpio. Y peces, muchos peces, en el mar, y también en el barco. Vaya fest'in! Nos daban de comer en la embarcación y nos pusimos finitos. "Sólo" había una parrilla y montones de peces recién pescados. Hasta el culo. Leo y yo no paramos de engullir pescaditos frescos recién salidos de la parrilla. Y sobraban, y más que caían. Qué fácil: un plato de papel, montones de peces y tus manos pa trabajar. Y ya vale. Más feliz que una perdiz.

El último día, jueves (algo), ya sin las chicas porque ellas se iban a primera hora a Río porque que tenían su hostel reservado para ese día, Leo y yo nos dimos más paseos por la isla, esta vez probando diferentes rutas. Y hay que volver a decir que esta isla tiene unos parajes, unas vistas, unos rincones muy, muy bonitos. Estuvimos en otra pequenha y preciosa playa, llena de grandes rocas planas donde te podías tumbar para secarte al Sol. Después, yendo hacia el interior, dimos a parar a un pequenho estanque, unos banhos naturales de agua dulce en mitad de la jungla, donde darse un chapuzón después del paseo y de la sal del mar, era una gozadica. En definitiva, esa isla es un lugar muy guapo, para recordar, con muchos rincones que te quitan el hipo. Un lugar donde te puedes perder en mitad de la jungla, en plena naturaleza, y que está a tan sólo hora y media de una de las grandes ciudades del pa'is, del continente, y, seguramente, de todo el mundo: Río de Janeiro.

Ése era nuestro siguiente destino: la llamativa, famosa y sensual Río. Y creo, me suena, que íbamos justo ese viernes porque algo pasaba... Sí, algo pasaba y algo pasó: COMIENZA EL CARNAVAL.