martes, 28 de mayo de 2013

Días 244 - 260: Myanmar (I)

Llevo varias semanas pensando en escribir un post sobre Myanmar, la Birmania de toda la vida, pero siempre lo iba dejando. Está claro que esto es un blog, y que debería de actualizarlo puntualmente para que la peña a que le gustaba, no dejase de leerlo. Pero yo no le he dado un trato de blog a esta movida. Son mis crónicas personales de un viaje que duró exactamente un año, pero que se perpetuará en nuestras cabezas (y pieles) para el resto de nuestros días. Así que voy a la marchica.

¿Por qué me ha costado arrancarme con este país? Sencillamente: porque me enamoró. Su gente, no sus tierras. Y por eso les tengo muchísimo respeto. Pero antes de chuparnos las pollas, como diría Tarantino, hablemos de la dramática situación en la que se encuentra esta nación atrapada en el tiempo.

Es una dictadura. Y no hay mucho más que decir. Robin, un guía que tuvimos en un trekking de 3 días, gran tipo y muy sabio, nos contó detalles de cómo están malviviendo miles de personas actualmente en Myanmar, de cómo es la situación real actual. Mucha gente se muere de hambre en un país donde su maldito Gobierno destina el 60% del presupuesto nacional para el ejército. ¡El 60% para un ejército ya de un millón de soldados! Es una locura, y una triste realidad. El ejército rebelde, que se estima en unos 100.000 hombres, ya tienen incluso sus propias fábricas de AK-47. Aunque parece que no termina de pasar nada, el clima de una posible guerra civil se palpa en los campos y montañas birmanos.

El 70% de la extensión total de Myanmar es prohibida para los extranjeros. Ninguno puede pasar. Para nosotros, el país es muchísimo más pequeño de lo que se ve en los mapas. Es una pena, pero es lo que hay. Este Gobierno corrupto y corrosivo no puede mostrar al mundo entero todo lo que hace a escondidas. Su tráfico de armas, heroína, opio y vete a saber de qué más, sigue funcionando en las sombras, impune a cualquier organismo internacional que parecen que miran a cualquier otra parte. Un Gobierno que además de para su enorme ejército, invierte todo su capital en la creación de una nueva capital donde quiere instaurarse y no sirve para nada. Todos los recursos van a parar allí.

En una nación donde hay apagones en todas partes y a todas horas, donde la velocidad de Internet, si es que hay, es propia de cuando vivíamos todavía en cavernas; una nación donde mucha gente se muere de hambre, donde a muchas miles de personas les han expulsado de su casa, de su ciudad, Yangón, para dividirlos, para alejarlos de las universidades, porque los jóvenes con sus estudios y la fuerza de sus manifestaciones podrían convencer al pueblo para reaccionar de alguna manera y eso, claro, no les interesaba. Una nación que hace lo mismo con los monjes y sus monasterios, que no los quieren desperdigados por el país, porque al final, con el contacto con el pueblo, acabarían respetando más a los monjes y no al puto Gobierno de mierda que tienen ahora. Cabrones.

Una nación que ya no sabe qué hacer porque los que mandan están construyendo esa nueva capital a base de talonario. Una ciudad completamente nueva donde van a vivir los jefes, los altos cargos del ejército y todos aquellos a los que les obliguen residir allí. Una ciudad sin apagones. Una ciudad a la que puedes acceder por carreteras de 8 putos carriles por donde casi no pasa ni un sólo coche. Una ciudad donde están construyendo una réplica exacta de la gran estupa Shwedagon de Yangón, que es simplemente asombrosa. Una ciudad que está a tan sólo 200 kilómetros al norte de la vieja capital Yangón (antes Rangún), y que, al menos, como nos contó el barbudo Robin, les está saliendo por la culata. Porque por lo visto debe de ser un fuerte foco de malaria y dengue, infestado de mosquitos. Ahí se pudra el Gobierno y su ejército millonario.

Lo triste, y lo sabemos todos, es que al final volverán a perder los que no han hecho nada. Los que llevan generaciones y generaciones currando como bestias en el campo. Los que no utilizan Internet ni lo necesitan. Los que no han visto en su vida una cámara de fotos. Los que realmente merecen ser felices y que les dejen en paz. Los campesinos, el pueblo. Ellos son Myanmar. No la gentuza de la que he estado escribiendo. Ellos son los que nos han enamorado. Los que nos han dado todo y no tienen nada. Y de ellos voy a hablar y no parar, en caluroso homenaje. Porque se merecen tantas y tantas cosas buenas...

Pero tendrá que ser... Después de la publicidad.